Después de empezar el año, quiero empezar por ella. Si me lo permites hoy, es su día especial.
Habrás notado que,a parte de mí, por supuesto, esto lo forman muchas personas. Con esto, me refiero a mi vida, pero también a estas letras que rellenan los espacios que te dedico en mis mejores y en mis peores momentos.
Para hacer resumen, ya que estamos comenzando, hace un tiempo, cuando llega el punto en que la edad te obliga empezar a vivir por tí mismo, decidí hacerlo, como casi todos, algo alejada de casa. Quizá me alejé un poco más de lo que teníamos planeado, pero no me canso de repetir aquí día a día que fue la mayor y la mejor decisión de todos mis tiempos.
Cuando empiezas en un sitio nuevo, hay que tener claro que hay que seguir en el viejo, o en el más maduro, no quiero que nadie se ofenda. Aquí se quedaban años, recuerdos y personas. Al principio es fácil, subes y bajas a menudo, de norte a sur en a penas nada. Pero el tiempo pasa, y las situaciones nos obligan a adaptarnos a ellas, y el ritmo se desacelera. Gracias a yo que sé, hay mil instrumentos que uso día a día para comunicarme con quien no veo, e intentamos desde todas las unidades que todo parezca lo más cercano que nos dé la mente a imaginar. Y yo creo que casi casi lo conseguimos.
Es ese casi el que nos marca y nos marcará siempre. Por supuesto, ningún instrumento puede traerme a casa cada día, de hecho, ni si quiera cada semana o cada dos. Porque somos exclavos de nuestras obligaciones y sobre todo de nuestras posibilidades. A pesar de eso, y como ya te decía, el esfuerzo es ingente para que todo siga fluyendo. Y lo hace, vaya si lo hace.
Pero no quiero hablar de lo bien que nos arreglamos. Hoy es su día y quiero hablarle de las noches que me gustaría estar con ella, y con las demás, pero hoy en especial, con ella. Las noches en que mientras mi compañera duerme, entro con la tímida luz de mi móvil en la habitación y lo último que alumbro mientras me acuesto es vuestra foto. Y la lucecita se apaga del todo y ese es mi último recuerdo del día. También quiero hablarle de las tardes en que llego cansada de trabajar, empapada de lluvia hasta mi coleta pelirroja, y me tiro en la cama. Y cojo el marco y lo tiro conmigo sobre ella. Y allí estamos, vosotras, y yo, cansadas. De los momentos en que quiero explotar y no puedo, y sólo me sale llorar sola y quedarme con el silencio y con mis pensamientos, y digo, ojalá estuvieran aquí. Pero no podeis estar. De los sábados en que la llamo a ella porque necesito que me cuente, en líneas generales, que le va bien, muy bien. Y contestarle lo mismo, porque así vivimos tranquilas. Y sobre todo, de los pocos fines de semana que vengo, y te abrazo y siento que nos echamos de menos. Eso es de las mejores cosas que he sentido nunca, en serio.
Te diré algo, y es que si puedo sentirme así es gracias a que otras muchas veces pienso, que tu también me echas de menos. Y si puedo sentirme así es por los días que pasamos aquí, aunque tenga que ser con visitas de dos horas, encerradas en un sitio, o un paseo en coche, o, ¿y qué? Gracias. Gracias por estar, por seguir. Y tienes veinte años, los mismos que dedos en tu cuerpo. No me canso de decirlo porque los dedos son geniales, sobre todo los de los pies, son muy graciosos, joder! Quiero seguir y seguir, Lechu. Sólo espero que tú también quieras porque si no esto perdería todo el sentido. Y no estamos en tiempos de perder nada.
Muchas felicidades, amiga. Te quiero tanto que no me cabe en esta entrada.