22 de febrero de 2012

No sé cómo empezar, ni cómo seguir. Ni dónde, ni por qué hacerlo. Llegados a este punto de reflexión de madrugada, quiero guardar lo efímero. Lo que acaba antes de que asumes que ha empezado, lo que pasa volando. Supongo que eso es lo que queda de todo, una mínima parte de aquello que vives. Todo en dosis tan pequeñas, que parece que no emborracha.
El mar sigue dónde siempre. Ellas también. Las constantes vitales necesitan ser supervisadas.
Cada vez vengo menos. Te das cuenta de que te pasas más de un mes fuera de aquí justo en el momento en el que vuelves a casa. Os quiero.

Prometí que no me arrepentiría de nada. Es difícil. Cuando pasa el tiempo, pierdes un poco el ritmo, y los problemas se vuelven recuerdos. Empiezas a pensar que es lo que verdaderamente tiene importancia.
Hace algo así como una semana, descubrí que él si que la tiene. Volví a sentirlo todo, desde cero hasta cien en cuestión de un segundo. Hasta el límite. Con todos los valores. Solo piensas en que no se separe nunca, nunca. Y tienes eso, ese algo inexplicable que te llena el alma y lo tira al suelo. Dices cosas absurdas, sonríes cosas absurdas. Hacía un año que coleccionábamos los mismos momentos.

Lo efímero.


10 de febrero de 2012

Una noche probablemente terrible. Ahora que decidimos terminarla, volvemos a casa con ese sabor amargo y ese pensamiento común de que casi nadie es como parece.
Tengo que explicarte demasiadas cosas. Necesito explicarte, joder. Todo va muy rápido últimamente. Aún recuerdo cuando podía hablarte sin cortarme, cuando eras mi vía de escape y nadie te tomaba como un transmisor de información. No te lo mereces.
Prometo reflexionar y contártelo todo. Tiempo al tiempo.