30 de junio de 2012

Después de llamarte predecible, pasas la página y te sorprende con un gran auto-desconocimiento. Ahí, justo cuando creías que nadie te iba conocer jamás,
mejor de lo que ya lo haces tú.
Limones. Y tu venga a hacer limonada. Crees que nunca te vas a cansar de ese sabor simplemente por el hecho de que al principio no creías que pudiera gustarte, pero terminó por encantarte esa amarga sensación que deja en la boca.
Y una copa. Y otra. Hasta que no te daba vergüenza sorber esa última parte que se pierde entre los hielos.
Hasta que sólo estás cómoda en el suelo de la parada del autobús, hasta que has dejado de sentirte cómoda en todo lo demás. Incluso en la cama, porque hace un tiempo que estás durmiendo sola.
Y nadie te hace el amor, ni lo va a hacer. Porque no. Y porque ya te he dicho que no hay más que hablar. Y porque ¿me puedes dejar en paz?
Y la iglesia te da alergia. Literal. Será porque no era domingo. La culpa es de esas flores, que todo el mundo sabe que las carga el diablo porque no se libra ni Dios.
Ni tacones llevabas. Porque ya no te los pones, porque no importa gustar. Con los bonitos que son, y además cómodos coño, que es lo difícil.
Lo peor es que como el agua en la cara no funciona, has probado a ahogarte por los pies. Pero ni con esas.
Yo me acuerdo cuando eras bueno y rojo, muy rojo,
corazón.

2 comentarios:

  1. espero que no hables de ti, que sea una historia inventada porque hay mucho dolor en estas líneas.

    biquiños,

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