12 de julio de 2011

Recuerdo el día que descubrí que lo único que conocía de aquella ciudad tan grande, era el Corte Inglés. Demasiado triste incluso para contártelo a tí. Resulta fascinante como puedes no saberte ni un solo nombre de las más de 300 calles existentes, pero conoces a la perfección las plantas de esos malditos grandes almacenes. Y ahora que ya me sé mover un poco por lo que es la ciudad en sí, el mundo exterior, he decidido regresar al sitio en cuestión sólo para verificar que todo seguía en orden, aunque también puede que haya sido para perder media hora muerta antes de subir al bus, o por que el cartel de rebajas posee un poder extraordinario, aunque no lo suficiente cómo para dejarme allí las pesetas.
El caso es que decidí aventurarme en una sección poco frecuentada por los tronistas de mujeres y hombres y viceversa. Ya sabes, libros y demás. Y ya tengo un nuevo objetivo. Pero bueno, todo esto viene, a que mientras me sumergía entre las tan fascinantes estanterías llenas de letras, apareció de la nada una de esas dependientas. No me preguntes de donde carajo salió, porque juro no saberlo, incluso llegaría a creerme que salió de algunos de esos dibujos de libros infantiles, porque te prometo que no estaba allí antes. Siempre he creído que las personas que trabajan en el Corte Inglés no son dependientes normales, tienen algo especial, un algo que les hace ser, bueno, creer ser superiores a los de su raza. Ahí, con sus americanas negras, su plaquita dorada y su muestra de colonia cara. De pequeña me lo creía, ahora que soy adulta, aunque solo sea de carnet, veo que no es más que apariencia.
Bueno, el caso es que da igual de dónde había salido, porque allí estaba, frente a mí. Vigilante. Que me movía a la izquierda, ella también. Que me agachaba un poco, ella también. ¡Pero tía, por Dios! Déjame vivir en paz.

Total que me agobié y huí. Para sanar mi malestar, decidí comprarme un paquete enano de fritos de esos de 25 céntimos, que resulta que trae más fritos que las bolsas gigantes de 1 euro. Hay que ver todo lo que aprendo.
Y subí al autobús como no, gastando mi último viaje del bono. Hay que ver cómo ha volado el hijo puta, con todo lo que me costó, con perdón de la expresión. Y decidí retar a mi Blackberry ya moribunda y sin batería. Enchufé los cascos y puse la música, a ver cuanto tardaba en mandarme a la mierda y dejarme sola en el trayecto, pero no! Resulta que no sólo las dependientas del sitio ese que no pienso repetir (a no ser que me paguen, para hablar de tarifas hablen con MT, gracias) tienen poderes, sino que las Blackberrys también.
Pero bueno, no me enrollo más por hoy, porque ya casi es la una, he madrugado lo suficiente como para estar cansada, así, nos vemos pronto.
Paz y amor!

1 comentario:

  1. a mí tampoco me gustan esos lugares donde los dependientes te persiguen, claro que intento ser más espabilada que ellos, por eso, les digo, mirándolos a la cara: "sólo estoy curioseando, gracias"... y no les queda otra que irse.

    ya me dijeron que el sábado lo pasásteis bien, me alegro mucho.

    y de las intranquilidades, ¿qué decirte?, son lógicas porque todos tenemos miedo de perder aquello que queremos.

    biquiños,
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